Como la madera

Las personas cambian, mutan, se mueven, se revuelven, van y vienen. Dicen y desdicen, hacen y deshacen. Oscilan. Nacen, crecen, decrecen, lastiman, matan, mueren. Y todo, a veces, en el mismo día, varias veces.
Y a mí siempre me llamó la atención la madera.
Esa madera en el marco de esa ventana, o en ese balcón, o esa canoa, una guitarra, un muelle. Un árbol, un piso, una silla en un museo, el mástil de un barco, el mango de un fusil.
Esa madera está ahí hace años. Decenas de años. Centenas de años, también, por qué no. Venga sol, o lluvia, o granizo, o la indiferencia de los miles que le pasan por el costado, por encima, por debajo. Ahí está la madera. Se hincha, se seca, se moja, se tuerce, se quiebra, cambia de color y de textura, y pasa el tiempo; y la madera, ahí.

Qué efímeras y endebles somos las personas, ¿no?

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