Y así como quedó relegado esa obra, quedó relegado el espíritu del artista. Pero sólo relegado, nunca muerto. Y entonces, más de diez años después, lo intentó de nuevo.
Los primeros pasos se dieron en el ámbito de la escuela secundaria. Con aquel compinche, con quien compartiera walkman y recitales y varias otras cosas, decidimos, enhorabuena, formar una banda. Un conjunto de música, se dan cuenta? Empezar fue difícil: ninguno tocaba ningún instrumento. El asunto se resolvió fácilmente: él tocaría la guitarra, y yo el bajo. (hay muchas teorías sobre la personalidad de los músicos y qué puede inferirse de éste por el instrumento que toca: yo adhiero).
Y esta que finalmente formaron debe ser (o haber sido) una de las más peculiares que conozca, por cuanto existió por años sin tener baterista, ni sala, ni temas, ni ensayos, ni nombre, ni nada. Nada más que una idea, que no es poco. Si contáramos todo este tiempo, y la memoria no me fallara, creo que podríamos hablar de una banda que duró diez años.
La banda pasó por lo que las bandas pasan: probamos bateristas, cambiamos de sala, ensayamos mucho, tocamos mal, tocamos en vivo, conseguimos chicas, hicimos amigos, también enemigos, gastamos dinero, muchas energías, nos fuimos de gira a Chile, salimos en la tele y la radio, también en algún diario o revista creo recordar, grabamos discos, hicimos volantes, registramos una marca, sacamos fotos, armamos un sitio, tomamos mate, comimos bizcochos, rompimos cuerdas, hicimos pins, grabamos videos, y salimos en un compilado. Después, llegó el tiempo de separarnos.
Hasta el año pasado, uno de los discos podía conseguirse en una pequeña disquería de la calle Corrientes.
[originalmente publicado en historiasquenollevananingunlado.blogspot.com]