Estamos en el medio de una clase. Tengo que escribir algo. Busco en el bolsillo y saco la lapicera, aquel regalo de cumpleaños. Un simple movimiento revela la pluma; una mirada cruza el habitáculo. “Qué linda, me gusta” proclama un alumno. Explico que es un regalo, agradezco, y la ofrezco. Saca el capuchón, mira, la prueba, pone el capuchón.
Pasa una semana, tal vez nueve días. Desvío mi atención de la clase algunos minutos por motivos valiosos. Al volver, encuentro al alumno devolviendo la lapicera a su pretérito lugar con actitud inocente y despreocupada, como quien mira titulares mientras espera el colectivo.
Algunos días después volvemos a encontrarnos. La clase se desenvuelve normalmente. Y cuando llega el momento de escribir, el alumno mete la mano en su bolso y saca su agenda. Sobre la foto de sus hijos reposa una lapicera de pluma.
[originalmente publicado en historiasquenollevananingunlado.blogspot.com]