Lo conocí en alguna ocasión que no recuerdo. Nunca supe mucho de él, y él, por supuesto, nunca mucho de mí. Él era guitarrista de una banda que a mi me gustaba sobremanera, y yo era un adolescente rockero devoto de su banda.
Nunca fuimos amigos, claro, sino simplemente “conocidos”. Sin embargo, de alguna manera y por algún motivo, esa gente y esa banda significaron, y por ende significan, mucho para mí.
Aquellos jueves en Prix D’ami, cuando esa otra banda de Villa Luro empezaba, y regalaba demos, y me iba a trabajar sin dormir; las “giras” a zona sur en el Renault 4 de Nico; el recital de Parque Rivadavia, y Diego y Romina; la madrugada en la terraza, jugando con el láser; los backstages; los domingos en Parque Sarmiento, y los campeonatos de skate; las fotos y el fuego; las noches de Cemento; el recital en ATC; la púa de metal y el Jack Daniel’s, y Soda Stereo.
Nunca fuimos amigos, y sin embargo algo fuimos, yo no sé bien qué, y probablemente mucho más con otros que con él. Mucho más con Andy, que me compraba cervezas y me hacía entrar gratis a los lugares, y me acercaba con el taxi. Mucho más con Bochi, que tenía casi mi edad, y tenía una situación familiar que lo hacía vivir con la tía, y me mostró música que nunca había considerado siquiera (todavía resuenan en mi cabeza sus palabras y el tono de su voz).
Y el tiempo pasó, y en él quedó la banda, y mi adolescencia, y tantas cosas más; sólo el recuerdo de aquello que fuera vive aún en mí.
Hoy, con un retraso de siete años, buscando cualquier otra cosa en Google, me enteré que Gabriel murió en un accidente de autos.
Donde sea que estés, Gabino, recibí este abrazo de un “amigo”. Hasta siempre.
[originalmente publicado en historiasquenollevananingunlado.blogspot.com]