Los chicos se fueron unos días al delta, ahora tengo más tiempo para mí.
Más bien lloro de día, y por las noches estoy ya cansado, y me nace un sentimiento de esperanza, de algo que termina y al otro día va a volver a empezar, y pienso, a veces pienso, que va a volver a empezar mejor. Los días que puedo, porque no siempre puedo, empiezo el día con ánimo, pero en general éste se opaca a medida que veo que es inútil. Y vuelvo a empezar.
Durante el día hago alguna cosa sin importancia, y espero que sea de noche. Durante la noche, pienso que perdí el día, y que ya va a llegar otro. Y así. Trato de leer libros, pero casi no puedo. Miro a veces por la ventana los autos pasar. Otras salgo al balcón, y miro lejos, donde ya no se ve, e imagino que allá hay algo, aunque yo no pueda verlo. Fumo en el balcón, y a veces también hablo solo.
Me acuesto dudando en una cama estúpidamente grande, inútilmente cómoda, y sudo aún más. Miro por la ventana sin ver, doy vueltas, y finalmente me duermo. Despierto varias veces en la noche, y siento las sábanas mojadas y pegadas al cuerpo. A veces miro la hora, otras no me importa. Doy algunas vueltas y vuelvo a dormir. A veces, porque otras no puedo. Me levanto a tomar un vaso de agua, o a fumar un cigarrillo, o a lavarme la cara, o a mirar por el balcón a algún trasnochado que se pasea. Pasan algunos coches también, e incluso algunos pasean al perro.
La culpa vive conmigo, vive de mí. Se pasea alrededor todo el tiempo. Por momentos me grita, o me insulta; por momentos me toma del brazo, o me sacude como queriéndome decir algo. Otras veces me ignora, y casi sufro por su indiferencia. Después, sin embargo, vuelve; siempre vuelve. La tristeza, en cambio, está siempre conmigo. Pero es distinto, porque somos amigos ya. Hemos llegado a un entendimiento, y podemos llevarnos bien, vivir sin tanta pelea. Hay otros más que merodean, o vienen de visita, pero en sí, estoy más bien solo. Uno está siempre solo, en el fondo.
Cuando a los días les queda, espero que terminen. Pero cuando han terminado, pienso qué absurdamente los he perdido. A veces pienso que llevo una vida absurda, pero después supongo que es en realidad una absurda vida la que me lleva a mí.
Cuando vuelvan los chicos, seguro van a querer divertirse, hacer cosas, festejar quién sabe qué, hacer algo para evitar tanta realidad…
[originalmente publicado en historiasquenollevananingunlado.blogspot.com]