Nos conocimos en primer año de la secundaria. Él venía de repetir, yo venía de primaria. Mi recuerdo, que puede perfectamente ser apenas una fantasía que terminé creyendo —lo admito, aunque no lo creo— es que alguien, de alguna manera, me había dicho que le diera(mos) una mano, porque la estaba pasando mal, porque estaba con algunos problemas, de los que nunca hubo detalles.
Como yo lo recuerdo, esto pasó, y el primer día que nos vimos, que no era de clases sino antes, exámenes o algo parecido, nos hicimos amigos. Él venía de perder a sus amigos al repetir, yo no tenía ninguno, realmente, así que así fue. Yo recuerdo sentir que tenía que darle una mano, porque repetir es feo, se pierden los amigos y se carga con un estigma que todos evitan verbalizar.
Yo siempre había pensado que los repitentes eran cuasi delincuentes, porque realmente ¿cómo —y por qué— vas a repetir un año?? Como fuere, este no era así. Era muy educado, muy pulcro, muy prolijo. Perfectamente peinado con laca (una versión extrema de lo que uno llamaría gomina o gel), tenía un pelo muy cómico porque estaba perfectamente trabajado, y era imposible de perturbar. Gracias a la laca, claro.
Medía menos que la media, jugaba al básquetbol por encima de la media, y al final era un tipo muy normal. Fumaba, ya, eso era medio extremo. Pero al final muchos de nosotros terminaríamos fumando, no mucho tiempo después. (yo había probado ya, pero no era fumador; él sí).
Y como digo, nos hicimos amigos. Un poco, pienso yo, por intentar que no se sintiera tan solo o tan idiota, o algo. Y así empezó.
Y fuimos compañeros toda la secundaria, aunque él después tuvo problemas de nuevo y se cambió antes de repetir nuevamente. Creo; mi memoria es realmente mala.
Pero es que realmente no importa, porque si él se fue antes o no (y me siento seguro de que sí) es irrelevante: seguimos siendo amigos.
Trabajamos juntos, incluso. Eran tiempos difíciles los noventas, y él me consiguió una oportunidad de laburar con él, vendiendo diarios en la calle. Era duro, pero era divertido. Durante dos años nos encontramos a las seis de la mañana, con solo o lluvia o truenos, para vender diarios. Para bondear.
Y lo hicimos y nos divertimos, y fuimos al colegio y salimos juntos los fines de semana y hablamos de minas y yo fumaba sus cigarrillos y él los míos, porque a veces ni había para comprar, pese a trabajar para intentarlo. Y así fueron nuestros días de secundaria. Y habría mucho más, porque después trabajamos juntos, de alguna manera, en dos bancos distintos. Pero no quiero adelantarme.
Nos hicimos amigos, y compartimos mucho, y del grupo de amigos del que formamos parte, tomamos nuestra porción para ser especiales también, me parece. Y así, como quien no quiere la cosa, nos volvimos muy amigos, muy íntimos, y un día él me contó una cosa.
Y yo no me acuerdo a qué vino, ni cómo llegamos a eso, ni más detalles. Pero sí tengo la imagen de esa situación, y sé que, producto de algo que no recuerdo, él llegó a la conclusión, al punto clave: te voy a contar algo, pero no le digas a nadie.
Y ahora estoy casi seguro de que fue antes de que pasáramos horas y noches enteras en el taller de arte, pintando y fumando y tomando mate y escuchando tangos y blues. No tengo certezas, pero siento esa seguridad.
Y me contó lo que me quería contar. Era algo personal. Nada raro, pero sí algo que nadie querría contarle a nadie. Especialmente hace treinta años.
Y yo le hice algunas preguntas, para entender, y le dije que estaba bien (porque realmente me parecía que estaba bien) y que no diría nada. Y que a mí eso no me importaba, le dije, y era cierto.
Y entonces, como dije, fuimos muy amigos y pasamos muchas juntos. Buenas y malas.
Y un día había pasado mucho tiempo sin hablar, porque había pasado la escuela, trabajamos, y cualquier otra cosa que tal vez no fuera la explicación, pero podría utilizarse de excusa o atenuante. Pero no habíamos hablado. Porque sí, pensé yo, porque algo pasó sin querer. Entonces yo lo llamé. Era de tarde, lo recuerdo porque yo estaba con el teléfono en la mano y miraba por la ventana del departamento de soltero donde vivía, y era un gran día de sol, y yo lo llamé para algo, para hablar, para entender, para ver si estaba enojado. No sé, para algo, porque hacía mucho que no hablábamos.
Y hablamos, y no sé de qué hablamos, pero fue breve, porque en seguida me dijo algo casi textual como «no me gusta tu onda, me parece depresiva, me tira para abajo». Y yo le dije que ok, y pensé que sería algo del momento, o un mal día, o un mal entendido. Pero en realidad eso fue hace unos veinticinco años, y nunca hablamos de nuevo.
Una vez lo vi en un casamiento de una amiga en común, pero casi no hablamos.
Y después de aquella llamada telefónica, pasó el tiempo. Y un día me dijo un amigo, no sé ni cómo ni por qué, que sabía que hacía mucho que no hablábamos, pero que creía que yo tenía que saber que él estaba saliendo con ella. Donde ella es una ex novia mía.
Y yo realmente no atiné ni a enojarme ni a nada negativo, sino que en cambio —y estoy fue genuino, no cínico; y doy fe por cuanto ni preparado estaba para esta noticia— me dio mucha risa.
Mi ex amigo, que había dicho que no quería saber nada más conmigo, después de tanto, por algo tan puntual, personal y menor, que ni siquiera quiso nunca debatir conmigo, salía ahora con una chica a la que yo había querido mucho, pero a la que, sin saberlo o sin quererlo —o ambas—, por torpeza o lo que fuera, pero no por maldad, yo había tratado mal un tiempo atrás. Ella, a su vez, se había encargado de hablar mal de mí toda vez que había podido.
Y a mí me pareció de alguna manera romántico, poético, y me sonreí de buena gana. Los imaginé juntos, pero nunca los vi. Mi ex amigo salía con mi ex novia. Muy divertido.
Y a la vez, las cosas por algo pasan, ¿no?
Y pasó el tiempo, y yo no hablaba más con ellos, y solo tangencialmente me enteraba de algo. Y así, casi sin querer, me enteré de que no estaban más juntos, y de que él se había ido a vivir a un país lejano en África.
Y hoy me puse a pensar en esto porque han pasado tantas cosas, y tanto tiempo, y todo esto, y yo nunca —nunca— le conté a nadie aquello que él me pidió un día que yo no contara.