Paulina había entrado a la empresa hacía unos dos años, como pasante. Era estudiante de abogacía, y había tenido la ¿suerte? de ser elegida entre muchos postulantes para ocupar el puesto que, si bien no del todo bien pago, podía darle mucha experiencia, y la posibilidad de aprender cosas nuevas.
Todos estaban contentos con la actitud y performance de Paulina, y cuando llegó el momento y se venció el contrato por la pasantía, Martín, su jefe, había expresado su deseo de que se quedara, no sólo porque trabajaba bien y tenía buena actitud, sino también porque era cierto que el departamento necesitaba alguien en la parte de propiedad intelectual, y ya que Paulina había trabajado tan bien, y ya que se había invertido tiempo en que ella aprendiera varias cosas, era una situación beneficiosa para ambas partes.
Silvia, la jefa de Martín, finalmente accedió. La llamaron a Paulina para contarle la novedad, y todos estuvieron contentos.
Sin embargo, casi todo el equipo sintió, con el paso del tiempo, que a partir de ese momento su actitud había cambiado. El cambio fue gradual, por supuesto, pero todos recordaron ese momento como el de quiebre, como el momento a partir del cual, junto con la nueva posición, llegó una nueva Paulina.
Paulina empezó a llevarse mal con algunos compañeros primero, para terminar después teniendo una relación muy tensa con Martín; quien a su vez, finalmente, terminó por estar bastante ofuscado con ella. Decía él que ella dejaba trabajo sin hacer, que asignaba prioridades a su antojo, y que todo era motivo de pelea o disgusto para ella. Sin embargo, la decisión se había tomado, y la inversión se había hecho, y Silvia decía que había que ser tolerante, que había que tratar de solucionar la situación.
Y así estuvieron un tiempo, tal vez un año, o más; tiempo en el cual las cosas, como era de esperar, no mejoraban, sino que empeoraban. Eventualmente Silvia empezó a pensar que, efectivamente, Paulina no estaba trabajando del todo bien. Pero no pudo más que pedirle a Martín que tratara de hacer lo mejor, y ver qué pasaba. Eventualmente, también, Martín empezó a pensar que Paulina buscaba, de manera más que clara, que la echaran.
Y entonces el foco cambió, y se convirtió en una lucha implícita por ver quién aguantaba más. Aún cuando Martín tenía ganas de echarla, Silvia no iba a dar el brazo a torcer. Por otro lado, Martín no quería hacerle el favor, ni darle el gusto, de echarla.
Sin embargo un buen día se produjo un incidente que colmó la paciencia de Martín, que en cierto modo podría decirse que no era poca si tenemos en cuenta que Martín había estado quince años en la misma posición, haciendo las mismas cosas. Harto de todo se fue sin más a la oficina de Silvia, cerró la puerta, y le dijo que el asunto no daba para más, y que no iba a tolerarlo más, y que algo debía hacerse.
Silvia accedió. Se les unió en la reunión un representante de recursos humanos que escuchó todas las opiniones y cuestiones, que dicho sea de paso no escuchaba por primera vez, y se acordó, en conjunto, que lo más sano era prescindir de los servicios de Paulina. Su destino en la empresa quedó sellado esa tarde de miércoles, y se acordó que al día siguiente se le comunicaría la novedad, efectiva inmediatamente, y que los gastos de la indemnización saldrían del presupuesto de Silvia.
Ese jueves Paulina llamó para avisar que no iba porque no se sentía bien. La comunicación iba a tener que esperar hasta el día siguiente. O más, porque Martín no iba el viernes, porque empezaba sus vacaciones, y era él quien tenía que hablar con ella.
Paulina volvió al trabajo el viernes, y después vino el fin de semana, y Martín estaba lejos, con la familia, de vacaciones, y Paulina aprovechó y fue a hablar con Silvia sobre Martín, que así no se podía trabajar, que esto y aquello, y más. Silvia escuchó, y calló, a la espera de Martín, que al volver, hablaría con Paulina.
Y entonces, el viernes siguiente, justo el último día antes de que volviera Martín, Paulina fue a la oficina de Silvia, una vez más, y le dijo que muchas gracias por todo, pero que así no podía ser, y que de ahí se estaba yendo al correo a mandar el telegrama, porque de sólo pensar que tenía que verlo a Martín de nuevo el lunes le daba urticaria.