Los niños son el futuro

Llegamos puntuales. en la puerta encontramos, también llegando, a otros dos. Saludos. La señora se acerca, toca el timbre. Esperamos.
Nada.
Pasan dos minutos, tal vez tres. Le mandé un mensaje, anuncia la señora. Los dos niños están todavía calmos.
Llegan dos niños más, casi a la vez. En seguida, una nena más. Hay seis adultos y cinco niños. La puerta, cerrada.
Tres niños, visiblemente impacientados ya, se acercan a la puerta. Corean con entusiasmo «Valen, Valen, Valen!!». En seguida, la escalada: golpean la puerta con los puños. Los adultos, aun lado, conversan. Nosotros, que llegamos primero, quedamos frente a la puerta. Observamos.
Los de la puerta están ya visiblemente excitados, han pasado más de treinta segundos, y no hay noticias del cumpleañero: empiezan a zamarrear la manija de la puerta. Los adultos conversan.
El zarandeo continúa, y los tornillos que sostienen la barra empiezan a ceder. La barra hace el ruido característico de flexión, juego, y torsión. El ruido llama la atención de los adultos, que aún conversan.
Le van a tirar la puerta abajo, dice alguien.
Jajaja, dice alguien más.
Nadie dice nada más.
Los paladines, animados por el silencio, tironean cada vez más fuerte.
Eventualmente la puerta se abre, y se asoma una cara entre tímida y asustada, y —repentinamente— ofuscada; en un segundo, entonces, repara en los adultos, y sonríe. «¿Hace mucho que esperan?», dice.
Todos dicen que no.

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